En 1178 Alfonso VIII el de las Navas, decidió repoblar y fortificar el llamado cerro de Alarcos, a dos leguas de la actual Ciudad Real y dentro de su término municipal.
La vinculación de la Corona Castellana a la
comarca se remontaba a tiempos de su antepasado Alfonso VI, que cedió la imagen de la llamada Virgen de las Batallas, imagen visigótica encontrada en Aragón, a la aldea de Pozuelo Seco, actual Ciudad Real, donde existe devoción a esa Virgen llamada, desde entonces hasta hoy, Virgen del Prado, en la ermita de Santa María, hoy Catedral. Historia de la Virgen del PradoLa vinculación de la Corona Castellana a la

Alfonso VIII proyectó una ciudad-fortaleza castillo, así como una ermita en este cerró, por su enclave militar de frontera y su gran visibilidad. La fortaleza estaría centrada y flanqueada por el castillo de Caracuel, Miraflores, Malagón y Calatrava, al norte por Toledo y más al sur por Salvatierra.
Los planes de repoblación y las obras comenzadas, y algunas terminadas como la Ermita, de Alfonso VIII, fueron truncados por la derrota castellana en 1195 frente a los musulmanes en la Batalla de Alarcos.
Años después, ante el ejército cristiano que acudía a la batalla de las Navas en 1212 y el miedo por los hechos de Malagón donde se pasó a cuchillo a todos los musulmanes, los sarracenos que guardaban el cerro de Alarcos huyeron despavoridos sin presentar batalla.
Posteriormente a la victoria de las Navas de Tolosa la comarca o señorío fue cedido por Alfonso VIII a uno de sus mayordomos, ricohombre de Castilla y caballero de las Navas, Don Gil, y Pozuelo Seco (núcleo de la actual Ciudad Real) pasó a llamarse Pozuelo de Don Gil.

Fernando III el Santo quiso volver a repoblar y fortificar Alarcos pero después de la derrota y sus numerosos muertos, los cristianos no quisieron poblar ese cerro. Tanto Fernando III como su madre Berenguela (Hija de Alfonso VIII) pasaron muchas jornadas en Pozuelo Seco atendidos por el caballero Don Gil y su familia. Don Gil y sus hijos formaron una hermandad de caballeros y ballesteros para la protección de los caminos y que comprendía gran parte de la provincia de Ciudad Real.
La ermita de Alarcos hecha por Alfonso VIII fue reconstruida, y una de las puertas de esta ermita, la hoy llamada del Perdón de tiempos de Alfonso VIII, fue trasladada a la Iglesia de Santa María, hoy Catedral de Ciudad Real y sede prioral de las cuatro órdenes militares.
La vinculación de Ciudad Real a la Corona Castellana y luego española, estuvo por encima del poder de la Orden de Calatrava y la ciudad fue dotada por los reyes de Castilla del lema “muy noble y muy leal”.
El acuerdo con el reino de León permite a Alfonso VIII romper la tregua que mantenía con los almohades desde 1190 e inicia incursiones que, de la mano del arzobispo de Toledo Martín López de Pisuerga, llegan hasta Sevilla.
El califa almohade Abu Yaqub Yusuf al-Mansur, que se encontraba en el norte de África, cruza el Estrecho de Gibraltar y desembarca en Tarifa al frente de un poderoso ejército con el que se dirige hacia tierras castellanas. Alfonso VIII recibe la noticia y reúne a su ejército en Toledo y aunque consiguió el apoyo de los reyes de León, Navarra y Aragón para hacer frente a la amenaza almohade, no espera la llegada de dichas tropas y se dirige hacia Alarcos, una ciudad fortaleza en construcción situada a pocos kilómetros de la actual Ciudad Real, junto al río Guadiana, donde el 19 de julio de 1195 sufre una estruendosa derrota que supuso una importante pérdida de territorio y la fijación de la nueva frontera entre Castilla y el Imperio almohade en los Montes de Toledo. Los almohades incluso invadieron el valle del Tajo y asediarían Toledo, Madrid y Guadalajara en el verano de 1197.
Alfonso VIII se encontró en una peligrosa situación que le llevó a la posibilidad de perder Toledo
y todo el valle del Tajo, por lo que el rey solicitó desde 1211 al papa Inocencio III la predicación de una cruzada a la que no solo respondieron sus súbditos castellanos, sino también los aragoneses con su rey, Pedro II el Católico, los navarros dirigidos por Sancho VII el Fuerte, las órdenes militares, como las de Calatrava, del Temple, de Santiago y de Malta, además de caballeros cruzados franceses, occitanos y de toda la Cristiandad.
Con todos ellos y tras la recuperación de enclaves del valle del Guadiana (como el castillo de Calatrava) alcanzó la esperada victoria sobre el califa almohade Miramamolín en la batalla de las Navas de Tolosa, librada el 16 de julio en las inmediaciones de Santa Elena (Provincia de Jaén). Un año más tarde, lograba lo propio en la plaza de Alcaraz, consolidando el poder castellano en toda la meseta manchega.
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